Information overload

Liuba llevaba algunos días sin descansar bien; su falta de sueño había empezado a distorsionar su percepción de la realidad. A veces las luces de su mente se apagaban de golpe, y cuando volvían a encenderse había cambiado de lugar, de gente e incluso de vestimenta. Esta vez había ocurrido con las tres cosas. Estaba en una sala azulada y oscura, donde unos desconocidos hablaban de asuntos aparentemente importantes, lejos de ella. Un cañón que ocupaba buena parte de la capacidad de la sala le apuntaba, como si un dedo mecánico celestial la hubiera elegido a ella como pecadora capital. Tras un cristal lejano le parecía distinguir una audiencia que observaba en absoluta quietud.

Cuando le ocurrían cosas así, las brechas de su consciencia se hacían tan amplias que ni siquiera podía recordar quién era; apenas podría haber dado su propio nombre si alguien se lo hubiera preguntado. Sentía frío y estaba aislada y desnuda, salvo por una bata blanca varias tallas mayor de lo que a ella le habría gustado. Palpó el lóbulo de su oreja izquierda, mientras se curioseaba a sí misma a través de la piel descubierta: aquello estimuló su memoria. Las perforaciones y bisutería en el cartílago sintético le recordaron su identidad de ginoide, y su cuerpo esbelto, canónico y eternamente joven, su trabajo: el de máquina de amar.

Su instinto, si así podía llamársele, guió su atención hacia un miembro del grupo de desconocidos lejanos del aula. El sabio gordo también vestía bata blanca, al igual que el resto de operadores del cañón. Sin embargo, su tono adoctrinante y paternal lo distinguía a los ojos de Liuba; sus gafas elegantes recubrían su mirada académica de conocimiento y experiencia. Los atributos que hacían de él un modelo para su especie alimentaron de forma automática la libido de Liuba, que lo amó al instante. Lo amó obviando su calva casi absoluta, su grasa reveladora del exceso, su escaso atractivo físico; lo amó aun sin conocerle, sin haberle hablado, sin siquiera haberle estudiado más de cinco segundos. Sin embargo, su mente lo odiaba: Liuba estaba presa en aquella cámara fría, semidesnuda, inmóvil. Tampoco podía moverse. ¿Habrían inhibido su sistema motriz? Se supo presa, y con toda seguridad el responsable de aquel cautiverio inexplicable era el sabio gordo. Su amor y su odio peleaban con fuerza en su interior, aunque sus piernas inertes y la casi totalidad de su cuerpo no respondieran a sus órdenes. Un axioma, un dogma más fuerte que su raciocinio alimentaba el deseo por el sabio gordo.

Un mecanismo cilíndrico montado detrás del cañón, similar a los cargadores de los viejos revólveres, giró con estruendo. Como si un enlace místico se hubiera establecido de forma espontánea entre Liuba y el cañón, la ginoide comprendió a qué se disponía el equipo de batas blancas: iban a dispararle una sobrecarga de información. Liuba conocía el cañón, aunque no pudiera recordar su nombre científico. Una vez preparado tras el giro del cargador cilíndrico, un fugaz instante de tiempo sería suficiente para conectar el tambor con el mar de información de la red; el colector pasaría al codificador una cantidad de datos cuya magnitud costaba representar y se antojaba casi imposible de imaginar. Un haz de luz, que ya brillaba en la punta del cañón, transportaría consigo un vertedero completo de basura digital, montañas de información inútil que chocarían contra su mente, colapsándola, hundiéndola en un procesamiento inevitable que no concluiría aunque el Universo multiplicara por millones su longevidad. El haz se concentró; Liuba quiso gritar, pero su voz también había sido desactivada...

De repente, todo terminó. La escena era otra: Liuba había despertado con sus propios gritos. Estaba echada en una cama de sábanas blancas, respirando rápidamente como consecuencia de la pesadilla; enseguida se sintió reconfortada al verse fuera de ella. Miró a un costado para descansar el cuello, y descubrió a su acompañante: un hombre calvo, gordo, que dormía plácidamente y no había advertido la agitación de su compañera. Liuba alargó su mano... y le acarició la mejilla.

Publicado por Unknown

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