El teniente Serra

El teniente Serra, jefe de operaciones de combate, era un androide violento. Pero raramente causaba daños a alguien o algo; la violencia era ejercida casi siempre sobre sí mismo. Era experto en automutilación. Ésta era solamente una faceta más de su conocimiento psicológico, pero también del tecnológico: normalmente era capaz, tras las crisis destructivas, de reconstruirse de forma hábil, elegante… y creativa.

La mutilación pretendía resultar épica, a tenor de sus chillidos de guerra y sus repetidas proclamas de antiguos predicadores de la muerte y la destrucción; pero casi siempre se tornaba en un ejercicio torpe, aburrido y repulsivamente visceral. Si el espectador era uno de los usuales, pudiendo haber visto tantas otras representaciones a lo largo del día, el efecto anterior se multiplicaba por varios factores. El teniente Serra sentía una especial predilección por cualesquiera que fueran las piezas que, en ese momento, le hicieran de extremidades. A veces las superiores, a veces las inferiores; fueran mecánicas, biológicas, imaginarias, místicas o alguna extravagante mezcla de ellas, eran arrancadas de cuajo por sus compañeras, habitualmente permitiendo a los conductos seccionados de la misma variada índole borbotear emulsiones verde oliva, pardas o carmines. El ritual no era muy duradero. Al quedarse sin patas —y raramente había un número constante de ellas— el resto de amasijos que formaban el grueso de su cuerpo, que no levantaba más de un metro del suelo cuando estaba entero, yacían medio moribundos. Durante unos segundos más seguía clavándose varillas y golpeándose hasta que, lentamente, la batalla consigo mismo alcanzaba el final. Luego, a rastras, iniciaba —más rápido o más lento, pero siempre con éxito; aseguraba que este tiempo de coyuntura era la prueba de cuán seriamente se había puesto a prueba— la secuencia inversa.

Solía cambiar de aspecto tras la regeneración. Mientras vociferaba estridentes risotadas, a veces, o recitaba cantos fúnebres irreconocibles, muchas otras, tomaba piezas dispersas de aquí y de allí para adosárselas al cuerpo cual albañil de ciudad, soldado expedicionario o artista de movimiento exótico. No importaba si el resultado era vistoso o culturalmente rico, o si había rendido tributo a los cánones aspectuales de la humanidad, el reino anfibio o la geografía planetaria. Con cabeza o sin ella, con palos de madera carcomida haciendo las veces de brazos, con una vieja tostadora gris terráquea como torso o con viejos neumáticos con cadenas como pies; el resurgimiento del teniente Serra era un fenómeno escultórico a merced de la autoría única de la aleatoriedad.

El teniente Serra sostenía tres teorías cuando era preguntado, siempre fuera de servicio, acerca de su comportamiento. La primera de ellas, que repetía hasta la saciedad, es que no era un comediante. Resultaba irónico que, al asegurarlo, también lo pareciera. En segundo lugar, defendía con gusto la violencia como el mayor proceso creativo, puesto que —según él— cuando uno alcanzaba el máximo nivel de conocimiento sólo era posible manifestar la creatividad mediante la destrucción. Finalmente, reconocía —bajo este mismo prisma— que la posterior recomposición era, pues, un mecanismo de pura supervivencia. Pero obtenía cierto placer al observarla como un algoritmo recursivo. Regenerarse a él mismo por completo implicaba la regeneración de sus partes; pero la regeneración de una parte requería, a menudo, la regeneración de otras más pequeñas, como ocurría, por ejemplo, con un brazo y los mecanismos que lo formaban. Sin embargo, este razonamiento podría seguir indefinidamente, y el punto en que debía detenerse estaba determinado por los recursos disponibles en el lugar y momento en que se encontrara. Había un teniente Serra distinto para cada ocasión, cada planeta o cada nave espacial.

Publicado por Unknown

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