La plaza de la villa

No había agentes en el aire de Zadei que aseguraran su pureza química y su inocuidad electromagnética, pero no importaba. El despejado mediodía de verano dejaba que la luz y el calor inundaran el casco urbano y bañaran a los transeúntes que, despreocupados, transitaban a millares por las calles más céntricas. A pesar de la alta temperatura, no dejaban apenas espacio entre ellos; podría aventurarse que disfrutaban de la cercanía de sus semejantes incluso en un ambiente en apariencia incómodo como lo fuera aquél.

El heterogéneo fluido de la población zadeiana mostraba un trombo cuasi inmóvil y más disperso en una zona rectangular, justo en el centro del tumulto. Era la plaza de la villa. Aunque desprovista de edificios, su superficie uniforme compuesta de una única plancha metálica deslizante y la emergente protuberancia que constituía el monumento central, dedicado a algún antiguo burgués local, la hacía atractiva para patinadores, ancianos, niños y otros representantes de todos los rangos de edad. Sus voces hacían vibrar el cielo por encima de sus cabezas. Ningún otro sonido de la metrópolis tenía el derecho —ni siquiera la capacidad— de alzarse por encima de los cánticos de los zadeianos. Cualquier viandante ocasional podía captar ahora una conversación entre dos hombres de negocios; ahora una pelea entre dos hermanos que levantaban poco más de medio metro de estatura del suelo; ahora una compleja melodía improvisada por cuatro músicos que tocaban diminutos instrumentos, en el lateral más septentrional del cuadrilátero. Una extranjera, sentada sola en uno de los bancos, vociferaba en un dialecto imposible de reconocer; parecía discutir con alguien que no estaba allí. Una mujer muy mayor y de mirada vivaz, acompañada de un guapo androide que no le quitaba el ojo de encima, golpeteaba con nerviosismo su bolso con las palmas de las manos; era sin duda su primer día. Los patinadores, situados en el área central alrededor del monumento, ensayaban complicadas piruetas que fallaban decenas de veces. Cada intento frustrado, sin embargo, no les ofuscaba en absoluto; el suelo variaba sus propiedades elásticas cada vez que el impacto de un cráneo, una rodilla o unas nalgas se hacía inminente. Ningún sonido a hueso roto detenía el bullicio del mediodía de verano en Zadei.

Tampoco había vehículos que detuvieran a aquellos que quisieran internarse en la actividad de la plaza, ni tampoco a los que quisieran salir de ella. Un tren-sierpe, que rodeaba tres de las cuatro aristas del cuadrado, dominaba la perspectiva inmediata de los zadeianos de a pie. Alguna antigua historia oriental lo habría definido como un gran y escurridizo dragón blanco, que seguía el entramado de las avenidas de Zadei con fiereza y siempre a una altura constante de quince o veinte metros. Sin embargo, la sensación de movimiento no era la usual de un transporte civil de largo alcance. El tren-sierpe era tan largo como su recorrido, de modo que no se movía en sí mismo en absoluto para trasladar a aquellos contenidos en él; realizaba, en cambio, un vaivén palpitante y ondulatorio por toda su superficie parecido al de la deglución en un tracto digestivo, como si en efecto estuviera tragando a sus viajeros y consiguiera de este modo moverlos. El tren-sierpe se bifurcaba según las vías urbanas se iban sucediendo; los zadeianos emergían de repente de unos pequeños orificios del caparazón exterior que se ensanchaban rápidamente para facilitarles la salida. La plaza de la villa de Zadei era blanca, porque lo era el tren-sierpe, la plancha metálica del suelo, el edificio del gobierno y el religioso. El blanco era el mejor representante de la actividad agitada y alegre de los soleados mediodías de verano.

Publicado por Unknown

2 comentarios:

Visitólogus el Resureptus dijo...

Cuando termines con las obligaciones, busca un hueco para continuar con estos relatos, que el peor enemigo del escritor es no tener nada que ofrecer para que se lea.
Ya sabes que eres para lectores elitistas....no les falles.
¿Calificativos?....ya los conoces.
Un Abrazo.

Unknown dijo...

Gracias por el impulso anímico, ¡no sabes cómo se agradece en estas circunstancias!
Por el momento vamos a intentar intercalar los relatos con críticas a novelas imprescindibles del género; también servirá como ejercicio de escritura. La primera de ellas está dedicada a Ubik, de Philip K. Dick.
Un Cordial Saludo Quántico

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